10/05/2012

La Jabalina traicionera


Siempre le gustaron los deportes, y siempre se destacó en ellos. A los dieciséis años de edad, Alfredo Judd descollaba en béisbol, fútbol, atletismo y natación. Últimamente había empezado a practicar disco y jabalina para intervenir en una olimpiada intercolegial.
En uno de sus ensayos, Alfredo empuñó la jabalina y corrió para lanzarla, pero tropezó. La jabalina se le escapó de las manos, dio una voltereta en el aire y se clavó en el suelo por una punta. Alfredo, que siguió corriendo, cayó sobre la otra punta de la jabalina, y ésta quedó clavada en su cuerpo. La jabalina lo atravesó por el vientre, de lado a lado.
«¡Por favor, Dios mío, sálvame!», clamó Alfredo. Y aunque tenía atravesados estómago y páncreas, el joven pudo sacarse la jabalina del cuerpo y tener todavía ánimo de correr hasta alcanzar a sus compañeros.
El comentario del muchacho a los periodistas fue: «Me libraron mi deseo de competir y mi Dios, que nunca me falla.»
¿Quién dice que un joven estudiante, fuerte y competidor, no puede o no debe clamar a Dios en el momento de necesidad? Hay muchos que así dicen, o cuando menos así piensan. En estos últimos tiempos, hay cierto cinismo hacia el que confiesa tener fe en Dios. Más aún, muchos niegan a Dios abiertamente y se mofan de su santa Palabra, la Biblia. Pero hay también muchas personas que dan testimonio claro y transparente de su fe en Dios.
No tengamos miedo de confesar nuestra fe en Dios. Si no tenemos esa fe, hagamos entonces la primera oración que toda persona tiene que hacer: «Ten compasión de mí, que soy pecador.» Jesucristo corresponderá a nuestra plegaria, y nos dará la paz insondable y la seguridad de la vida eterna que Dios da a todo el que lo busca. Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida.